A finales del año 2018 un guía de turismo iraní conoce a una joven fotógrafa iraní que vive en el extranjero por un incidente en el vestíbulo de uno de los hoteles mas prestigiosos de Teherán. La fotógrafa solicita los servicios profesionales del guía. Salen a solas a un viaje en coche hacia Isfahan y el guía, incapaz de frenar su voz interior y su delirio, se cree rápidamente y desesperadamente enamorado de su compañera de viaje.

Su gran amigo anciano, anticuario veterano y sabio del Bazar de Isfahan, en lugar de darle un consejo, le cuenta una antigua historia de amor: la del joven y condecorado militar cortesano del sultán safávida de finales del siglo XVII con una joven monja armenia en retiro en un monasterio de Isfahan.

La narración va y viene entre el pasado y hoy, describiendo ambas eras de las ciudades, rutas, barrios, el bazar y sus comerciantes, de los monasterios, palacios o los cafés mas de moda y el emor imposible por los ritmos de la vida con cuatro siglos de intervalo y de paralelismo. El hombre y la comunidad son lamentablemente capaces de crearse sus propios barreras mentales por sus prejuicios heredados y quizás hereditarios.

El autor quiere llevar al lector a la interrogación de sus tabúes y prejuicios de identidad en el eje que une dos historias de amor que esperaríamos emocionadamente que tuvieran dos fines diferentes.

“ Esta ciudad era como una mujer atractiva a pesar de su edad de varios milenios. Cansada pero nunca envejecida… Como si estuviera peinándose para su cita con la luna, como si estuviera presumiendo con su Naqsh-e Yahán, como si se estuviera poniendo el Si-o-se Pol como un collar, como que se estuviera lavando la cara en las aguas frescas del Rio Zayandeh, como que si estuviera poniendo a su pelo las flores de otoño del Palacio Chehel Sotún, justo para probar que también uno se puede enamorar locamente de ciudades, Isfahan se preparaba para la velada…”

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